Ahí les va una historia para divertirse un rato. Hasta luego, los quiero mucho. Cronos
Caminando en la playa la vi. Llevaba bikini blanco y tenía un bronceado espectacular. Yo llevaba mi traje de baño verde.
Nos miramos al pasar y nos sonreímos. Su sonrisa era sensual con un ligero toque de inocencia. Nos detuvimos para contemplarnos. Me preguntó mi nombre y se lo di. “¿Y tú cómo te llamas?” le pregunté, y me dio el suyo.
Me dio la mano y me dijo “Camina conmigo.” Sentí la electricidad en cuanto la toqué, su mano sutil, suave, caliente por el sol. Caminamos un rato, platicando de no sé qué. Si te gusta estar en la isla; que qué bonito es que no haya nadie más aquí en la playa; el azul del mar. Llegamos a una pequeña carpa de lona en donde nos resguardamos del sol. “¿Es tuya?” le pregunté. “Sí”. “Ven, ponme loción en la espalda” me pidió acostándose sobre la toalla grande ahí extendida. Tomé el envase que estaba ahí mientras ella se desabrochaba el brasier. Acostándose boca abajo, sólo vi esa espalda color canela, sedosa y muy bien formada.
Al ponerle loción se estremeció pues estaba un poco fría.
“Perdón, ya se calentará.”
‘No te apures. Se siente muy bonito. ¡Qué fuertes tienes las manos! Ay, pero me tocas tan suavemente…mmmm.”
“¿Te puedo poner loción en las piernas?” le pregunté. “Claro” contestó.
Mis manos la acariciaron desde los pies hasta la orilla de sus bellas curvas. Me dijo que continuara debajo del traje. Lo hice, pero pronto me pidió que se lo quitara. “Deja que te quite el tuyo también” me pidió. El de ella se deslizó sin problema alguno. El mío le costó un poco de trabajo pues ya estaba excitado y temía lastimarme. “No te apures” le dije, “yo estoy bien.”
Ella tomó la loción y me la puso en el pecho, los brazos, el torso, las piernas. Dejó lo principal para el final. Con sus manos me acarició muy ligeramente. Yo cerré los ojos dejando ir mis sentidos. Oí las olas, sentí el calor, la brisa, sus manos en todo mi cuerpo, sus labios……..en todo el cuerpo. “Te necesito” le dije. Nos besamos. Nos abrazamos. Fue mi turno de besarle todo el cuerpo. Sabía a coco por la loción. Con un poco de sal y arena. Mi lengua recorrió montañas y valles. El viento gemía de placer.
Al fin, nos entregamos el uno al otro. El ritmo de las olas estaba en su apogeo. El sol, quizá por permitirnos estar a solas completamente, se comenzó a ocultar. Continuamos hasta llegar a ese lugar secreto al mismo tiempo. Quedamos entrelazados como algas que deja la marea. Ya a la luz de la luna fuimos a nadar, no hacían falta trajes. Éramos los únicos. Aún cuando el sol nos dio nuestra privacidad, la luna y las estrellas nos miraban con abandono. Ella y yo nos miramos con deleite. La invité de nuevo a nuestro lecho en la playa y, bajo el místico resplandor de los astros nocturnos, hicimos el amor una, y otra, y otra vez.